Kafka y Orwell en la justicia y la política venezolana
POR MARU MORALES
Cada
día, cada mes y cada año que pasa desde 1999 me convenzo más y más de que el
guión del actual modelo político que rige a Venezuela no lo escribió Chávez. Lo que hemos vivido en todos estos años es la compilación de una serie de textos literarios publicados a lo largo del siglo XX bajo el influjo –temor o fascinación- que
producía en los intelectuales de entonces la implementación de modelos políticos diseñados
en los siglos XVIII y XIX.
Por
ejemplo, si usted quiere saber cómo funciona en la práctica el poder judicial,
o quiere aproximarse a lo que padece un ciudadano común y corriente cuando es
acusado por algún delito, lea “El Proceso” (1925) de Franz Kafka. Si quiere entender cómo y porqué toda la alta dirigencia de la autodenominada 'revolución bolivariana' terminó convertida en una dirigencia igual o peor que aquella corrupta de adecos y copeyanos que tanto criticaron, lea "Rebelión en la Granja" (1945) de George Orwell. Y si le interesa entender cuál es el objetivo de cambiarle el nombre a todo y de reescribir la historia pasada y reciente, vaya a una librería y pida un ejemplar de "1984", escrita también por Orwell y publicada en 1949.
El Proceso.
En
este texto, un hombre cualquiera es arrestado y se le inicia un proceso
judicial por causas que él desconoce por completo. Ni él ni su abogado tienen
nunca acceso al expediente. El tribunal lo interroga, pero él desconoce si sus
exposiciones son tomadas en consideración. Poco a poco Joseph K., el protagonista, va descubriendo que lo que dice la ley no es lo que se practica en los tribunales.
“Estamos
hablando de dos cosas distintas: de lo que dice la ley y de lo que yo he
experimentado personalmente; no debe usted confundirlas. La ley, que por otra
parte no he leído, dice, por un lado, que el inocente será absuelto, como es
lógico; por otro lado, no dice que los jueces puedan dejarse influir. No
obstante, yo he experimentado justamente lo contrario. Jamás he tenido noticia
de una absolución real, pero sí la he tenido de muchas influencias”, le dice a Joseph K. un pintor con contactos en el tribunal llamado Tintorelli.
El narrador por su parte nos explica la naturaleza del trabajo de los abogados bajo ese
sistema de justicia:
“K. no debía olvidar el hecho de que el proceso no era público; si el tribunal lo considera necesario, puede hacerlo público, pero la ley no prescribe publicidad. De ahí que las actas del tribunal, principalmente el texto de la acusación, sean inaccesibles al acusado y a su defensa (…) En realidad la defensa no está permitida de hecho por la ley, sino simplemente tolerada. Por ello, en un sentido estricto, no existen abogados reconocidos por el tribunal; todos los que comparecen ante él en calidad de abogados lo hacen en el fondo como pobres picapleitos”.
El
narrador de “El Proceso” también nos describe la “sala de los abogados” y las
condiciones en las que los defensores deben hacer su trabajo. Confieso que me
sentí identificada porque era como leer sobre las actuales condiciones de
trabajo de los periodistas venezolanos durante la cobertura de las fuentes
oficiales:
“La
simple visión de la estancia baja y estrecha que tenían asignada demostraba el
desprecio del tribunal por aquella gente. La habitación no recibe otra luz que
la de una pequeña claraboya, situada tan arriba que, si uno quiere asomarse a
ella (y recibir por otra parte en las narices el humo de una chimenea que está
situada al lado mismo de dicha abertura y que le ennegrece la cara), tiene que
buscar un colega que se lo cargue en las espaldas. En el suelo de la habitación
–sólo para dar un ejemplo del estado en que se encuentra-, hay un agujero que
lleva allí más de un año; no es tan grande como para que pase por él un hombre,
pero sí lo bastante para que se le hunda a uno toda una pierna…”.
La
Neolengua.
La idea de crear un vocabulario propio que rigiera la vida de los habitantes de una nación -acorde a los intereses de sus mandatarios- tampoco es original del actual gobierno venezolano. George Orwell creó para su novela "1984" un método linguístico que ha sido emulado con mucha similitud.
En
Oceanía (Estado donde transcurre la novela) existían las cosas y las no cosas,
es decir, existían las cosas y su negación. En Venezuela por ejemplo tenemos
los ciudadanos libres y los no libres, es decir, los privados de libertad, pero
no tenemos presos ni reos ni encarcelados. Antes de 1999 los teníamos, pero
ahora si acaso tenemos “internos” que es como los llama la Constitución.
Sin embargo, según
la Real Academia de la Lengua Española, la palabra "interno" tiene
solo 4 acepciones, y ninguna se refiere a personas recluidas en cárceles.
-En Venezuela no se dice oposición política sino “enemigos de la patria”.
-En Venezuela no se dice delincuente, homicida, o pran sino “líder negativo”.
-En Venezuela no se dice niños en situación de abandono y mendicidad, sino “niños de la patria”.
-En Venezuela no se dice políticas económicas erradas ni inflación, sino “guerra económica y empresarios acaparadores”.
-En Venezuela no se dice corrupción de funcionarios del Estado sino "vicios heredados de la cuarta república".
-En Venezuela no se dice que una persona fue asesinada por delincuentes que trataron de robarle sus pertenencias, sino que “murió por resistirse a la acción armada de líderes negativos”.
-En Venezuela no se dice desvío de recursos públicos para campañas electorales de un partido político sino “aumento de la inversión del Estado en época electoral”. Y así sucesivamente…
En el
Estado creado por Orwell para su novela tenían por ejemplo el Ministerio de la
Paz, que se encargaba de las guerras y el Ministerio del Amor, que se ocupaba
de organizar la semana del Odio, el minuto de Odio y todo lo
relativo a las campañas y mensajes dirigidos a la población con el objeto de
sembrar y cosechar su odio hacia las personas, países, o hechos de la historia
determinados por el Estado.
En Venezuela tenemos ahora un “Ministerio del Poder Popular para las Relaciones
Interiores, Justicia y Paz”. Un ministerio que, a juzgar por las cifras de criminalidad interna, es en la práctica su propia negación: no coadyuva en las relaciones interiores, no garantiza la justicia ni asegura la paz.
En
Oceanía también tienen un Ministerio de la Abundancia y otro de la Verdad. El
primero administra los escasos productos de la nación y el segundo se ocupa de
cambiar constantemente la historia de lo ocurrido manipulando los periódicos y
libros ya publicados. Es decir, reescribe constantemente el pasado para
justificar y sustentar el presente. Cualquiera que lea las noticias de política interna venezolana y de economía puede encontrar semejanzas.
La
Granja.
En la novela corta "Rebelión en la Granja", un grupo de animalitos de granja desplaza
a los humanos del control de la hacienda con la promesa de acabar con las
desigualdades que se habían impuesto para beneficio de las personas y en
detrimento de las bestias.
Como
la granja se sustentaba de lo que producían los animales, los nuevos
mandatarios proponen en asamblea continuar el ritmo de trabajo con ellos como
líderes y es así como aparece la primera gran mentira: todo cambia pero todo
sigue igual. Es decir, los caballos, las vacas, las gallinas y todos los
animales de la granja seguirán trabajando igual o más que antes pero con un
patrón diferente, produciendo recursos que ya no serán administrados por los
humanos sino por los nuevos amos y recibiendo la misma retribución o quizá
menos porque ahora hay que hacer algunos sacrificios en beneficio del colectivo animal.
Entonces
se devela la segunda gran mentira: los animales no solo no trabajan menos
(trabajan más) sino que ahora obtienen menos retribuciones en comida y
descanso, pero siguen viviendo exactamente igual o peor.
La
tercera promesa rota es que todas las mejoras que se planificaron para la
granja, por alguna razón que los animales de trabajo desconocen realmente,
nunca se concretan. Los nuevos amos (los cerdos, por cierto) ofrecen siempre un
proyecto de potenciación de un molino, o de ampliación de un corral, y
mantienen a los animales ocupados en el desarrollo del proyecto, pero los
recursos, pese a ser aprobados o estar disponibles en las arcas de la granja,
nunca llegan, y nadie sabe a dónde van a parar.
Por
último, la cuarta gran farsa que devela esta historia de Orwell es que la gran
promesa de la igualdad nunca se alcanza. Es decir, los oprimidos por los
humanos pasaron a ser oprimidos por los cerdos. Mientras los cerdos, acérrimos
críticos de los humanos por sus prácticas discriminatorias y abusivas terminan
hablando, durmiendo en camas, andando en dos patas, usando ropas de humanos y
bebiendo alcohol. Porque en esta granja “todos los animales son
iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”.
Hay que leer ¿verdad?.
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