Caracas, la misma. La posible
Son las nueve de la noche de un sábado de mayo y la plaza está repleta de gente. No llueve, no hace calor, el clima es fresco. Decenas de personas sentadas en el piso, en los muritos, en los banquitos, en los bordes alrededor de la pileta llena de agua cristalina. Por Maru Morales P. Caracas. No tienen intenciones de irse, al contrario, algunos están llegando a esa hora con la intención de pasarse allí un buen rato: las parejas se susurran palabras de amor; los papás corren ya sin energías detrás de sus hijas pequeñas; las madres se sumergen en otra dimensión mientras amamantan a sus bebés; los hombres y las mujeres de más edad se contentan con el paisaje de gente; los fotógrafos buscan el mejor ángulo para captar la mejor imagen. Los anónimos se mezclan con los intelectuales y los convierten en parte de la masa. Escritores, músicos, directores de cine, críticos de arte, dramaturgos pierden su nombre al compartir el mismo asombro ciudadano con la gente sin libros publicados, ni obra